jueves, 14 de octubre de 2010

GANADOR DEL PREMIO SAHUAYO DE LITERATURA 2009

El Grupo Literario "Cero al Poniente" les pide una disculpa, ya que por cuestiones tecnicas no se habían publicado, a los gandores del Premio, en el 2009.

En Categoria cuento el Ganador es:
Carlos Isaac López López
Culiacan, Sinaloa.

El reflejo

Todas las noches me maquillo antes de irme a dormir. Algo sencillo: el polvo sobre los párpados, un poquito de rubor en las mejillas, el lápiz de labios y unas gotas de perfume en el cuello. Nada para cubrir las arrugas; no me avergüenzan mis años y ya son tantos que para qué ocultarlos. Lo que sí me daría mucha pena sería salir toda desaliñada a la calle en caso de una emergencia o, peor aún, dejar que la muerte piense que me ha agarrado desprevenida. Una noche, después de dar la última cepillada al cabello, me miré al espejo para asegurarme de que estaba lista para dormir pero, en vez de eso, tuve que taparme la boca con las dos manos para ahogar un grito de espanto: mi reflejo seguía pasando el cepillo, con mucho cuidado, de adelante hacia atrás, por la cabellera plateada.

Dios mío, estoy soñando, pensé, pero no, ahí estaba yo, del otro lado, acomodándome el cabello todavía. No sé para qué: según yo, ya estábamos listas las dos. Unos minutos después, cuando la otra quedó satisfecha, se levantó y se acomodó en la cama. Yo me quedé congelada un rato más viendo el reflejo imposible. Sé que soy una anciana, y pienso que soy de esas abuelas que no llegan a bisabuelas, pero me negué a creer que estuviera tan acabada como para ya haberme vuelto loca. Hasta se me olvidó el susto de las ganas de llorar que tuve; dejé de apretar los puños cuando me di cuenta de cómo temblaban. Pasó un rato antes de que el cansancio me apagara el desasosiego. Qué voy a hacer, qué voy a hacer. Dormir; no podía hacer nada más. El sueño a veces arregla los problemas sin que uno sepa cómo, así que me levanté y me acerqué a la cama. Me acosté tratando de ponerme en la misma posición que mi reflejo para hacer de cuenta que nada estaba pasando. Dios mío, ayúdame, dije y apagué la luz.

En la mañana me levanté temprano y lo primero que hice fue ir al baño. Me tomé mi tiempo; con la edad el cuerpo se vuelve más lento, hasta para las cosas más simples. Cuando me puse de pie frente al lavabo y quise verme en el espejo, me di cuenta de que ahí se reflejaban la taza, la toalla, los azulejos verdes y amarillentos; todo menos yo. No lo podía creer, ni tampoco el que se me hubiera olvidado lo que pasó con mi reflejo y pensé: el sueño no lo arregló. Se me ocurrió que la otra seguía dormida y volví al cuarto con la atrevida intención de despertarla. La encontré sentada al borde de la cama, mirando hacia la ventana, como si tuviera mucho en qué pensar. Pero, qué te pasa, le pregunté, qué no ves que yo ya estoy de pie. Ni siquiera me volteó a ver. Estuve a punto de decirle: eres una grosera, pero entonces noté lo seria que se veía. Me senté yo también y la vi a través del espejo. Su mirada escapaba por la ventana y llegaba más lejos; me pareció que viajaba por el pasado sin querer regresarse. Yo hago lo mismo a veces: me siento nada más a recordar las cosas que me pasaron hace tiempo, como para convencerme de que sí las viví, para que no se me vayan a olvidar. Lo hago siempre sin sonreír.
Una vez mi nuera, hablando de su abuela ya difunta, dijo que la familia había presentido que su fin se acercaba cuando la señora comenzó a perder las ganas de comer. Yo no creo que ésa vaya a ser la señal de que se acerca mi fin. Será mejor que se hagan a la idea de no verme más el día en que me rompa una pierna. Cuando no pueda levantarme de la cama con mis propias fuerzas, ahí me voy a quedar. Sé que hay otras maneras de irse, pero ésa es la única que no me sorprendería. Por eso me pregunté si lo que estaba pasando del otro lado del espejo no sería un aviso del cielo para que me fuera preparando; sí, el cielo he dicho: creo que me lo merezco. Pero no me sentí enferma, ni con algún mal presentimiento, como si fuera a accidentarme. Estaba muy bien: un dolorcito en la rodilla, el temblor de las manos, la vista algo borrosa, mi párpado izquierdo se contraía de repente sin que yo pudiera evitarlo; los mismos achaques de siempre. Para mí, eso era señal de que no me iba a morir todavía.

Aún así, por culpa del reflejo, esa mañana empecé a comportarme como si me hubiera robado algo y lo tuviera escondido en el departamento. Como la otra yo se quedó encerrada en mi cuarto, lo cerré con llave antes de que llegara la muchacha a hacer el aseo. Ni siquiera pude peinarme bien. Tuve que sentarme en la sala hasta que Yoli terminó todo el quehacer, así evité los espejos y cualquier otra cosa en la que debiera reflejarme, como el vidrio sin mantel de la mesa del comedor. No podía dejar que nadie se enterara. Éste es mi problema, pensé, tal vez el último que voy a tener en la vida y tengo que arreglarlo yo sola, con la ayuda de Dios. Mi nuera tampoco me descubrió. Cuando vino a dejarme la comida a mediodía, nada más la saludé y no la invité a pasar. Ha de haber pensado: esta doña Armida, qué le pasa, por qué está tan cortante, todavía que le traigo la comida, como si no tuviera otros mandados también. Pero yo qué podía hacer. No iba a enseñarle a la anciana del otro lado del espejo. No le dije nada. Mi nuera, aunque ya me haya dado tres nietos, es todavía muy joven y fuerte para comprenderme, igual que mi hijo.

A mi hermano sí le habría contado, pero murió hace ya algunos años. La vejez nos impidió vernos seguido y a solas, pero él supo, hasta su último respiro en esa cama de hospital que tanto le molestaba, que mi confianza en él nunca se quebrantó. Yo sabía que podía confiarle cualquier cosa: hay secretos que sólo los sabe una y alguien más; mi hermano Efraín era ese alguien para mí. No voy a contar esas historias ahora: mi hermano me hizo el gran favor de llevárselas a la tumba y yo se lo agradezco guardando silencio; sólo diré que él fue el único que supo cómo me dolían los maltratos de mi marido. Cuando Efraín murió, una muralla se derrumbó a mi alrededor. Una vida de recuerdos en común no es un lazo cualquiera: él mejor que nadie habría comprendido mi desánimo. De haber tenido la oportunidad de verlo una vez más, lo hubiera abrazado muy fuerte y de la mano lo habría llevado a mi cuarto para que mirara el espejo, se asustara como yo y luego hiciera algo, lo que fuera, para ayudarme. Pero ya nos dejó y, en el mundo, ya no queda nadie como él.

Ese día me sentí más sola que nunca cuando estaba comiendo en la cocina. La otra yo no me acompañaba; lo sé porque al lavarme las manos se formó un charco en el lavabo y mi cara no estaba ahí. Comer sola, pensé que ya me había acostumbrado a eso. Me pareció que había mucho silencio en la casa y que el pollo no sabía a nada. Recordé lo necesaria que es otra voz; sin ella, una se cansa de escucharse a sí misma. No entendía la actitud de mi reflejo y sentía como si hubiera sido mi culpa que ya no quisiera seguirme. Era como vivir con una amiga y pelearse con ella, quererla pero ya no hablarle. Esa era la otra anciana, la otra Armida, quien se negaba a salir del cuarto, quien hizo una pausa al final de su vida para hacer desdichada la mía. Qué fácil se puso todo de cabeza. Si ya ni en mi reflejo podía confiar, qué esperar de los demás, cómo fiarme de la caridad de mis hijos o de la solidez de mis huesos.

Antes de darme un baño en la tarde, me fijé que las cajas sobre la mesa del comedor ya no tenían bombones. Son dos cajitas de plástico, una blanca y una roja, que sobre las tapas tienen adornos de navidad. Están en el comedor todo el año porque son las únicas en las que puedo poner los bombones para mis nietos, sobre todo el más chico. Yo lo he visto: cuando viene, revisa las cajas y se decepciona un poco al abrirlas, como si hubiera esperado encontrar otro tipo de dulces. Aún así, siempre termina comiéndose algunos bombones. Así es mejor. Los dulces de ahora hacen daño. Revisé en la cocina y vi que la bolsa que tenía estaba vacía. Aunque la moleste, le voy a encargar a mi nuera que me traiga más, pensé.

Después del baño, busqué algo para cenar en la cocina, pero fue por pura costumbre porque no tuve ganas más que de un pedazo de queso fresco y un vasito de leche. Quise retrasar el momento de volver a mi cuarto lo que fuera posible, así que comí despacio, me asomé al patio porque según yo había escuchado algo y revisé el refrigerador para ver qué es lo que me hacía falta. Me sentaba, me volvía a parar, y así estuve hasta que ya no pude seguir haciéndome la tonta.

Cerca de la hora de dormir, me atreví a regresar a mi cuarto. Lo primero que vi fue a la otra, sentada frente al tocador, con las manos sobre las rodillas y la mirada en el suelo. Traté de ignorarla mientras me ponía la bata para dormir, pero la miré de reojo y, al verla tan cabizbaja, sentí pena por ella. Además, ella era yo. Sé lo que es perder las fuerzas y tener a la muerte rondando cerca. Sé lo que es vivir sola porque no queda de otra y vivir de lo que los tuyos te dan porque ya no puedes valerte por ti misma. Yo supe todo lo que ella estaba pensando porque ella era mi reflejo y sus pensamientos, los míos. Me senté frente al tocador y entonces me di cuenta: no iba a poder maquillarme si ella no me ayudaba. Mi reflejo también se había desmaquillado durante el día y estaba algo despeinada. No me volteaba a ver. Pensé qué decirle y lo único que se me ocurrió fue preguntarle: y si pasa algo, y si viene la policía o los bomberos, y si me muero.

Sólo entonces me miró a los ojos. Después me maquillé, como todas las noches, antes de irme a dormir.

sábado, 9 de octubre de 2010

Premio Sahuayo deLiteratura 2010

. AYUNTAMIENTO DE SAHUAYO.
SERETARIA DE CULTURA DEL ESTADO.
GRUPO LITERARIO CERO AL PONIENTE.

CONVOCAN AL:

PREMIO SAHUAYO DE LITERATURA 2010

BASES:

1.- Podrán participar los escritores que residan en la Repúblicas Mexicana.

2.- Los trabajos serán inéditos.
A). POESIA. Tema y extensión libre.
B). CUENTO. Tema libre, extensión,
máximo 5 cuartillas.

3.- Los trabajos deberán presentarse escritos a máquina o impresos desde su PC, en hojas tamaño carta, por una sola cara, firmados con seudónimo y enviarse en original y tres copias.

4.- Los trabajos se enviarán acompañados de un sobre cerrado, firmado en el frente con el seudónimos del participante y en el interior, la plica del autor con los siguientes datos; Seudónimo, nombre, domicilio, número telefónico y correo electrónico (en caso de tenerlo).

5.- El certamen queda abierto a partir de la publicación de la convocatoria y se cerrara el día 24 de Noviembre del 2009 a las 24 horas. (Se aceptarán los trabajos que lleguen después de esta fecha, siempre y cuando la fecha de envío sea anterior a la fecha del cierre).

6.- El jurado calificador será integrado por literatos del Grupo “Cero al Poniente”, y de la Sociedad Cultural Orhepani.

7.- Los premios serán entregados a los triunfadores en solemne ceremonia a celebrarse en la Casa de la Cultura “Petrita Cortes de Sahagún” el Viernes 3 de Diciembre del 2010 a las 20:00 horas.

8.- Los organizadores cubrirán los gastos de viaje, vía terrestre y la estancia únicamente de los triunfadores que asistan a la ceremonia de premiación.

9.- Cualquier punto no especificado en la presente convocatoria, será resuelto por los organizadores.

10.- Los trabajos deberán enviarse por correo o por paquetería a:

GRUPO LITERARIO CERO AL PONIENTE
Apartado Postal No. 68
Sahuayo, Mich.
C.P. 59000
Y/o

GRUPO LITERARIO CERO AL PONIENTE
Colima 132
Col. Las Brisas.
Sahuayo, Mich
C.P. 59010.

11.- Los premios serán entregados, por el C. Presidente Municipal y por su Graciosa Majestad electa para el evento.

PREMIOS
Poesía: Diploma y $ 20,000.00
Cuento: Diploma y $ 20,000.00

12.- Los escritores que no se presenten al evento perderán el premio en efectivo.

C. DR. ALEJANDRO AMEZCUA SÁNCHEZ
PRESIDENTE MUNICIPAL

LUIS ARCEO PRECIADO
GRUPO CERO AL PONIENTE

LUIS GIRARTE MARTÍNEZ
GRUPO CERO AL PONIENTE

Para Cualquier duda estamos a sus ordenes en el correo electrónico premiosahuayodeliteratura@hotmail.com